Eres un regalo, Señor,
y el mundo y yo mismo somos
otro regalo ingente tuyo que
nos empeñamos en estropear,
hasta hacernos más indignos de ti.
Y tú vuelves a nosotros,
como vuelven las olas a la orilla
a dejar en ella la huella de su paso.
Eres un regalo de amor, sí,
envuelto en el multiforme color
de mi historia gozosa y dolorida.