[:es]Viene la Palabra
II DOMINGO DE ADVIENTO
Baruc 5, 1-9: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”
Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”
Filipenses 1, 4-6. 8-11: “Llenos de frutos de justicia”
San Lucas 3, 1-6: “Hagan rectos sus senderos”
Esas amenazas las había escuchado muchas veces y le preocupaban, pero a su esposo no parecían afectarle o quizás disimulaba. Él siempre decía que lo más importante era la verdad. Cuando aparecían las estadísticas y en especial aquellas noticias: “México es uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas; las amenazas y los asesinatos a manos del crimen organizado, o de las autoridades corruptas, son cosa de todos los días. Este clima de miedo, junto con la impunidad que prevalece, genera autocensura, perjudicial para la libertad de información” y se daban cifras concretas, él sólo sonreía y decía: “Alguien tiene que hablar y alguno escuchará”. Ahora, frente al cadáver de su esposo, ella está convencida que su muerte no fue “un accidente”, como dicen los informes oficiales, ella está convencida que “lo han silenciado”. Han asesinado a un periodista más pero ¿se puede silenciar la verdad?
Dios muestra siempre su misericordia y sale en búsqueda del ser humano. El pasaje que hoy nos presenta San Lucas tiene un alto contenido teológico. Abre el relato de la predicación de Juan, y de la llegada de la Palabra, situándola tanto en la historia del mundo pagano como en la historia del pueblo de Israel. Y aunque todos los datos que enmarcan este comienzo son verificables, él está más interesado en hacer resaltar todo el símbolo que representan: por una parte el poder civil estructurado a modo de pirámide; y por otra el poder religioso representado por dos personajes emparentados entre sí, Caifás, sacerdote en activo, títere de Anás que había sido destituido. Poder político y religión judía no son capaces de dar respuesta a los anhelos del pueblo pobre y humilde. En un punto de la historia, marcado por estos dos poderes, en tiempos del emperador Tiberio, Dios envía su mensaje a Juan, hijo de Zacarías. Y se resaltan las contradicciones y llamadas de atención: Juan, hijo de aquel que había sido mudo, recibe ahora la Palabra; el hijo de la mujer que había sido estéril, ahora tiene la misión de presentar la vida. Y junto a la solemnidad y precisión del comienzo, llama la atención la imprecisión respecto al lugar: “en el desierto”. La llegada de Jesús no es pura casualidad en la historia, ni está al margen de la historia concreta de los hombres. Está encarnada, llega silenciosa, callada, en algún lugar muy concreto. La Palabra sale en búsqueda de quien quiera escucharla. En el principio está la Palabra.
Quizás hoy se quiera silenciar la Palabra. Nuevas contradicciones: vivimos en un mundo de gran comunicación, estamos cada día mejor informados, y sin embargo cada día escuchamos menos y tenemos menos posibilidades de comunicarnos. Quedamos aislados y somos menos capaces de entablar relaciones de amor y amistad. El poder y un mundo materialista han substituido al Dios de la vida y el hombre se encuentra vacío y aunque quiere balbucear y comunicarse, no encuentra nada en su corazón porque no ha escuchado la Palabra. También para el hombre de hoy llega la Palabra, también para quienes se sienten abrumados y cargando penosamente su silencio, hay razones de esperanza. En la primera lectura el profeta Baruc escribe a un pueblo que está desterrado y disperso y le dirige palabras de esperanza. El deseo de Dios es que cambie sus vestidos de luto y aflicción y se vista de esplendor, que vuelva a reunirse, camine seguro y con alegría. A tal punto espera este nuevo retorno que le ofrece un nuevo nombre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”, que al mismo tiempo es una meta y un camino para alcanzar la transformación. La amenazante guerra que parecía distante y se ha hecho presente en medio de nosotros, grita a nuestro corazón y a nuestras conciencias. No podemos permanecer impasibles. Construir la paz también es tarea nuestra. Sin una verdadera paz donde se enderecen los caminos no podrá haber justicia, no se puede llegar a Dios si no se establecen nuevas relaciones entre los hermanos, si no se tienden puentes entre los que se han dividido y si no reconocen los derechos de quienes han sido marginados. La gloria de Dios se manifiesta en la armonía de los hombres y la Palabra que hoy llega a nosotros nos ofrece esa posibilidad de reconstruir relaciones y encontrar esta paz en la justicia.
El tiempo de Adviento es tiempo de la Palabra, tiempo de escucha. Para ello tendremos también nosotros que vivir nuestro desierto, nuestro silencio y nuestra soledad. Necesitamos espacios para escuchar la Palabra que hoy llega a nosotros y solamente después podremos pronunciarla, vivirla y transformar nuestros ambientes. El camino del Adviento requiere allanar los senderos, enderezar los caminos torcidos y rellenar los profundos huecos que se han formado en nuestras vidas al margen de Dios. Para que la causa de la paz se abra camino en la mente y en el corazón de todos los hombres y, de modo especial, en el de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial. Solamente abriendo el corazón podremos hacer fructificar la Palabra. Pero la Palabra no debe quedar estéril, sino penetrar y transformar. El criterio para saber que ha llegado la Palabra es que nos abra a cada persona, sobre todo a los más pobres para que puedan ponerse de pie y caminar con dignidad, para que puedan participar del banquete mismo de la vida.
La Palabra que escucha en su corazón el Bautista, exige una conversión. Sólo así alcanzaremos la verdadera paz que se nos ofrece en Baruc. La consecución de la paz requiere la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños, requiere además la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud.
¿Qué estamos haciendo para escuchar la Palabra? ¿Cómo estamos construyendo esa nueva paz? ¿Escucharemos el mensaje o silenciaremos la Palabra?
Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesucristo como Palabra de vida, abre nuestros oídos y nuestros corazones, para que, escuchándolo y siguiéndolo, transformemos nuestro mundo en una comunidad, “Paz en la justicia y gloria en la Piedad”. Amén.
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